Por Jeamel María Flores Haboud
Llegó el momento de concluir esta hermosa experiencia de dos meses, que han sido tan intensos como maravillosos, donde hemos aprendido a conocernos, a aceptarnos, a amarnos y a trabajar en equipo. Y, donde cada uno de nuestros hijos me ha demostrado que sí quiere trabajar, que sí quiere ser una persona productiva, que sí quiere ser respetada no a través de un discurso bonito, sino a través de la realidad de los hechos concretos y de las posibilidades que seamos capaces de ofrecerles.
No es fácil, pero es posible. Y no es fácil porque resulta necesario romper con muchísimas barreras. En primer lugar, con aquella mental, que es esa que nos hace creer que una empresa deba ser lucrativa y que el individualismo sea el camino del triunfo: en una economía de mercado sólo gana aquel que más acumula; en una economía social, gana aquel que más da, que mejor distribuye y que sabe cubrir los baches de las diferencias a través de la creación de espacios de desarrollo, cuya columna vertebral deba ser el amor.
Y, ¿qué es el amor? No lo sabemos. Y, no lo sabemos, esencialmente, porque es un camino de vida, en el cual “olvidarse de uno mismo” es un reto que pone en jaque hasta al sentido común. ¿Cómo puedo olvidarme del único ser que me acompaña siempre que soy yo mismo? Y, sin embargo, ahí está Dios como un susurro que se hace carne y vida a través de nuestros hijos. Por ello, darles una oportunidad es, digámoslo así, incluso una tarea de evangelización.
De ahí nace nuestra labor de sensibilización a la sociedad, que no son campañas publicitarias, sino compromisos de acción constante. La visita a la empresa COLTUR el 14 de febrero, por ejemplo, fue una experiencia maravillosa que permitió el reconocimiento entre dos grupos de trabajadores: aquellos sin discapacidad y nuestros maravillosos alumnos, futuros empresarios. En un trato de igual a igual se celebró el día de la amistad. Ese tipo de actividades nos permite posicionarnos como empresa líder; pero, además, son actividades donde se desarrolla la autoestima, se fortalece la independencia y se bombea de sangre el corazón social de nuestro querido Perú.
No quisiera terminar este breve discurso sin recordar que hay cosas que no tienen precio y que son las que realmente le dan sentido a nuestra existencia. Las veces en que Ryusuke y Harumi me han dicho gracias, por ejemplo, han sido como pequeñas perlitas de oro que quedarán para siempre en mi corazón y que, cuando Dios me pregunte cuál es tu tesoro en la Tierra, tendré, sin duda, que mostrárselo y creo que él sonreirá… La alegría de Gustavo y de Bruno; la delicadeza de Daniela; la profunda empatía de Tatiana; la madurez de Arturo; el entusiasmo de Omar y de Rodrigo; el esfuerzo de Fernando; la sencillez de Lucas; la ecuanimidad de Miguel… Todo ello se sustenta en acciones que nunca olvidaré y que resultan un aliciente para seguir avanzando.
También, quiero agradecer al súper equipo de “Aquí estoy yo”: Ariadna, Thiara, Cher y Andrea. Las he nombrado en orden de llegada. Cada una de ellas ha puesto su mejor esfuerzo por dar lo mejor de sí a sus alumnos-colegas; por ser creativas, pacientes, laboriosas, leales, honestas. Es un proceso, porque todo en la vida es un proceso. Nos vamos haciendo en el camino, en el encuentro con el-otro; en nuestra capacidad de dejarnos herir por aquello que exige más de nosotros. Gracias, chicas, por asumir el reto con responsabilidad.
Por otro lado, agradecer a la Universidad Ricardo Palma, Desde sus autoridades que han puesto a disposición toda una infraestructura especializada en el tema culinario hasta las personas que han interactuado con nuestros alumnos de manera amigable y empática. Debemos, también, tener en cuenta todo el tema de logística, como la limpieza, el uso de la cafetería y el restaurante, entre otros. Creo, sin temor a equivocarme, que ese apoyo pone a la vanguardia, en el tema de discapacidad, a tan prestigiosa casa de estudios.
Finalmente, agradecer a los padres: verdaderos héroes, incansables luchadores. Somos los elegidos para la resistencia y la creación de una sociedad solidaria, que sepa ceder ante la ambición desmedida y aprenda a dar sin reservas en pos del bien común. Nuestra conquista no terminará nunca, lo sabemos; sin embargo, no desfallezcamos.
Muchas gracias a todos ustedes y espero que sigamos consolidando nuestro proyecto y que sean más los que sumen para conseguir los objetivos propuestos.